Idoia Franch Isach,
Alumna del aula de cultura audiovisual
Alumna del aula de cultura audiovisual
¿Es buena la música para los
fetos? La respuesta a esta pregunta es un enorme sí, y más especialmente la
música clásica.
Estudios demuestran que al
escuchar música clásica, los niños se estimulan, ejercitan neuronas corticales
y fortalecen los circuitos usados para las matemáticas. La música estimula los
patrones cerebrales inherentes y refuerza las tareas de razonamiento complejo,
es decir, abre la inteligencia.

El psicólogo, escritor y educador
musical Don Campbell propone que el niño, desde su etapa fetal, debe ser
estimulado musicalmente por su madre. De este modo mejorará su crecimiento, su
desarrollo intelectual, físico y emocional y su creatividad. Este efecto
también sigue dando buenos resultados durante los primeros cinco años de vida,
estímulo capaz de formar seres inteligentes pero además emocionalmente sanos.
Todos estos beneficios se conocen
con el nombre de “Efecto Mozart”, ya que principalmente son las obras de este
autor las más atractivas para los fetos, debido al tipo de vibraciones que
produce. Además de en los fetos, la
música de Mozart también tiene oros beneficios. Algunos de ellos son el
desarrollo de habilidades para la lectura y la escritura, del lenguaje verbal,
de habilidades matemáticas, de la capacidad de recordad y memorizar, como
también atenuar los efectos de algunas determinadas enfermedades como el
Alzheimer.
¿Cuál es el componente mágico del
efecto Mozart? Los potentes análisis realizados informáticamente sobre la
naturaleza de la música de varios compositores ha mostrado que la que posee
propiedades sobre el razonamiento espacial o la epilepsia, como la de Mozart y
Bach, posee una «periodicidad de largo plazo», que no tiene el resto de música
sin efecto. Ello consiste en formas de ondas que se repiten regularmente, pero
espaciadas.
En algunos países europeos, como
Gran Bretaña, una persona de cada 130 sufre epilepsia. Un estudio realizado
sobre 39 pacientes con epilepsia severa, midiendo sus ondas cerebrales, reveló
que la audición de la música de Mozart redujo significativamente la actividad
epiléptica en 29 de ellos. En bastantes pacientes, la presencia de ondas
epilépticas se redujo a la mitad de tiempo. Al interrumpir la música la mayoría
de los efectos favorables disminuyeron.
Lo más llamativo del efecto Mozart
es la disminución de los episodios epilépticos. Para comprobar también si se
dan consecuencias a largo plazo, a una niña de 8 años que sufría episodios
epilépticos durante el tiempo diario que estaba despierta, se le hizo que
escuchase la sonata K448 de Mozart durante 10 minutos cada hora. El número de
episodios se redujo de 9 veces a solo 2 en las primeras 4 horas.
En 2003 la revista Nature publicó
una investigación de la Universidad de California que reforzaba la idea
concluyendo que solo diez minutos de una sonata para piano de Mozart bastaban
para mejorar nuestro razonamiento espacial.
Eso sí, todos estos efectos son fruto de meros
estudios, los resultados de los cuales pueden ser variables, pero de ellos
podemos extraer dos ideas básicas. La primera sería que el efecto Mozart existe y la segunda que pese a existir hay que
delimitarlo y estudiarlo con más profundidad para extraer conocimientos
totalmente verificables.

Todo empezó cuando se encontró
con pacientes que tenían recuerdos de cosas sucedidas cuando eran recién
nacidos o incluso antes. Uno de los primeros fue "un joven abogado que se
veía a sí mismo de pequeño en una cuna blanca. Eso no podía ser, porque en
todas las fotos familiares salía en una azul. Hasta que preguntó a su madre y
supo que, nada más nacer, como eran muy pobres, una vecina les prestó una
camita blanca. Él nunca lo había sabido", explica Verny.
Aquel fue
el punto de partida para un proceso de reconsideración de todo lo que se sabía
hasta entonces. "Se creía que no se podían tener recuerdos antes de los
dos años, que es cuando aparece el lenguaje. Pero experiencias como esta muestran
que no es así", dice. " que tampoco se trata de falsos recuerdos,
construidos porque se ha oído una historia de mayor y con ello se ha elaborado
lo que pasó de recién nacido".
Dentro de estas fases anteriores al
nacimiento, uno de los aspectos que mejor se ha estudiado es el efecto del
sonido en los fetos "en el último trimestre, que es cuando se desarrolla
el oído", indica Verny. En ese tiempo, los futuros bebés ya están
formados, y con técnicas de imagen se puede captar la reacción ante algunos
estímulos. "Yo he visto por ultrasonidos a un feto sonreír al oír la voz de
su padre", dice.
Y cuenta otro caso no sólo de
reacción, sino de memoria: "El director de orquesta Boris Brott contaba
que cuando estaba estudiando música se dio cuenta de que en algunas partituras
podía anticipar cómo iba a seguir la melodía del chelo. Le preguntó a su madre,
que es concertista de ese instrumento, y ella le contó que esas eran
precisamente las piezas que estaba ensayando durante el embarazo". También
atribuye a esta memoria temprana que un bebé se calme cuando oye a su madre
tararear las canciones que cantaba durante la gestación.
La reacción de los fetos cambia
según el tipo de música. "Se ve en las ecografías que les gustan Mozart y
Vivaldi. En cambio, no les gustan el rock, el hard rock o el jazz", dice por su
experiencia.
En conclusión, la música clásica
en general y más concretamente la del genio austriaco Wolfang Amadeus Mozart
es, además de auditivamente atractiva, beneficiosa para la salud y para el
comportamiento y desarrollo de los seres humanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario